El Dorado

Desde los cerros orientales hasta el lejano oeste, una cicatriz de asfalto atraviesa Bogotá. Su trazado inicia a los pies del señor caído y se extiende hasta la conexión con el mundo. El poder se concentra a su alrededor: el Centro Administrativo Nacional, la Contraloría y la Registraduría. Su tono y su destino son indiferentes a su nombre. La avenida El Dorado está condenada a soportar eternamente el paso rasante del caucho. 

En medio de aquel paisaje, dos monstruos de hierro custodian a los capitalinos, aunque muchos de ellos ignoran su presencia. Pero, ¿cómo es posible que criaturas de seis metros de largo, siete de ancho y once de alto pasen desapercibidas? ¿Será falta de atención? ¿Será temor de mirar la piel oxidada, los ligamentos soldados y las extremidades afiladas? Lo cierto es que ya fueron sometidas y sus vestigios fueron inmortalizados. 

El dueño de la hazaña fue un tipo de boinas, al que le colgaban los sacos de lana. No era un roble, parecía más un lanoso, aquel árbol de quince metros de altura que solo crece en un lugar del planeta, Norte de Santander. De ese departamento era oriundo, exactamente de La Ciudad de las Neblinas. Por eso, si algún día duda del carácter de los santandereanos, recuerde que un pamplonés de barba candado y nombre Eduardo Ramírez Villamizar domó un par de bestias en la capital. 

Foto Japón 1990 del ‘Álbum fotográfico Ramírez Villamizar’ en el Museo al Aire Libre de la Avenida El Dorado, obra de Eduardo Ramírez Villamizar.
Álbum fotográfico Ramírez Villamizar. [Museo al aire libre Avenida EL Dorado] Foto Japón 1990,” Eduardo Ramírez Villamizar, revisado 17 de febrero de 2025, https://badac.uniandes.edu.co/ramirezvillamizar/items/show/920 
Escultura Victoria Alada la nike de samotracia
Fotografía tomada por Tory Brown (CC BY-NC-SA), https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1412/la-victoria-alada-la-nike-de-samotracia/

El asesinato del futbolista Andrés Escobar, “El robo del siglo” y el inicio de la presidencia de Ernesto Samper, convertían 1994 en un momento bisagra para la crónica de una muerte anunciada de Colombia. Ese mismo año, Ramírez Villamizar daba la estocada final. Era Tántalo ofrendando a sus hijos a los dioses muiscas de la Atenas suramericana. Los cuerpos no descansaron en panteones, sino en pedestales de concreto instalados en El Dorado, a la altura de la carrera 109. 

Si tuvieran un epitafio diría “Doble Victoria Alada”. Así los bautizó su creador en referencia a la “Victoria de Samotracia”, la diosa griega de la victoria que extiende sus alas en el Museo del Louvre. La postura sugerente de movimiento mientras se suspende en el aire. La composición que apunta hacia las estrellas. La proporción entre las piezas. El volver insignificante a quien se ponga adelante. Estos fueron los elementos que inspiraron al norte santandereano. 

Así nacieron, así descansaron para siempre. Con el paso del tiempo, El Dorado se convirtió en un cementerio de monstruos de hierro. Fue así como algún día Ramírez Villamizar se puso su boina, preparó su lente y afiló sus sentidos para convertirse en necroturista. Las memorias de su travesía quedaron consignadas en un álbum de Foto Japón, de apariencia oxidada a causa de la lignina. En la parte superior de la portada, en tinta negra, se puede leer “Esculturas avenida El Dorado”. 

Foto Japón, Álbum fotográfico Ramírez Villamizar. Museo al aire libre Avenida EL Dorado, Foto Japón, 1990.

Foto Japón, “Álbum fotográfico Ramírez Villamizar. [Museo al aire libre Avenida El Dorado] Foto Japón 1990.,” Eduardo Ramírez Villamizar, revisado 17 de febrero de 2025, https://badac.uniandes.edu.co/ramirezvillamizar/items/show/920

En su interior, veinticinco fotografías en tamaño postal del recorrido. Sin pensarlo, aquel día quedaría registrada una imagen emblemática para la escultura y la abstracción geométrica del siglo XX en Colombia. Eduardo Ramírez Villamizar en medio del “Bosque” que sembró Edgar Negret. Árboles de once metros de altura, troncos rosados sin raíces, copas negras con forma de medialunas y un lienzo azul de fondo, una escena digna de Macondo. 

Y aunque el que a buen árbol se arrima, aquel día Ramírez Villamizar no estuvo a la sombra de Negret. Miró a los ojos a quien consideró “el artista más original e importante que ha existido en toda la historia del arte colombiano” y ratificó que su obra estaba al mismo nivel. La semilla que cultivó en Roma, París y Nueva York había dado sus frutos, y la cosecha era en Bogotá. Sin saberlo, el hierro que moldeó durante años forjó su legado, uno que sigue más vivo que nunca en el mundo. 

El Dorado, un museo a cielo abierto que lucha a diario contra la indiferencia de la metrópolis. Hogar de gigantes como “La Doble Victoria Alada”, “El Bosque” y muchos otros, que no están dispuestos a desaparecer y solo piden una mirada fugaz a nuestro paso. Un patrimonio que merece ser conocido y preservado, pues en él reposa un fragmento dorado de la historia de la escultura latinoamericana.  

Foto Japón, Álbum fotográfico Ramírez Villamizar. Museo al aire libre Avenida EL Dorado, Foto Japón, 1990.

Foto Japón, “Álbum fotográfico Ramírez Villamizar. [Museo al aire libre Avenida El Dorado] Foto Japón 1990.,” Eduardo Ramírez Villamizar, revisado 17 de febrero de 2025, https://badac.uniandes.edu.co/ramirezvillamizar/items/show/920