En 1939, el pintor alemán Wilhelm Egon Wiedemann llegó desde la ciudad de Hamburgo a Buenaventura, el principal puerto marítimo de Colombia sobre el océano pacífico, con una temperatura promedio de 30˚C y una población de cerca 25,000 habitantes para aquel tiempo[1]. Wiedemann era un exiliado de la atmósfera represiva que se vivía en la entonces Alemania Nazi, y halló en Colombia el ambiente propicio para la libertad creativa.
En contraste con la Europa martirizada, con la Alemania militarizada y mortalmente “disciplinada”, aquí estaba la libertad, desbordante, infinita, subyugadora, tal como se manifiesta en el ambiente y en las gentes de tierra caliente, en los puertos del río Magdalena —Girardot, Puerto Berrio, La Dorada— donde el artista permanece durante semanas y meses, observador e intérprete incansable […][2].
Aunque se había establecido en Bogotá, viajó con mucha frecuencia a través de los ríos y hacia las costas de Colombia, permaneciendo allí por largos periodos de tiempo, observando y pintando los espesos paisajes del trópico y los habitantes de las comunidades afrodescendientes que allí vivían. Tras su matrimonio, en 1953, redujo significativamente sus viajes; en 1955 realizó una expedición hacia la costa pacífica, un viaje a Cartagena en 1957 y visitó de nuevo Buenaventura entre 1959 y 1960. A través de los años, desde el momento que se instaló en territorio colombiano, desarrolló un proyecto pictórico riguroso que desplegaba una evidente familiaridad con los estilos modernos aprendidos en la Academia de Arte de Munich, pero sus temas eran inspirados en su fascinación por la deslumbrante locación que lo acogía. Las primeras pinturas al óleo y en acuarela que trabajó en Colombia, reflejan cierta observación distante con las poblaciones que retrataba, sus escenarios y formas de vida. Con el tiempo, en tanto sentía mayores afectos con los territorios y sus habitantes[3], su trabajo develaba representaciones pictóricas liberadas de alguna intención documental; se tornaron en signos pictóricos, evocativos de humores y percepciones de los espacios que recorría[4].
En noviembre de 1958, Wiedemann mostró una serie de acuarelas y pinturas al óleo en la sala de exposiciones de la Biblioteca Nacional en Bogotá, dándole continuidad a las exposiciones de su producción abstracta cuya primera muestra se había realizado un año atrás en la galería El Callejón en Bogotá. Respecto a su obra abstracta, Marta Traba creía que “no podrá llevarse a cabo sin que Wiedemann venza muchos escrúpulos y el más fuerte entre ellos, su lealtad con la naturaleza”[5]. Esta opinión responde a la justificación que Traba hacía a la visión formalista de la obra de arte como creación aislada de las lógicas de la realidad. Esta posición es consecuente con las ideas que habría expresado años atrás en el artículo de prensa titulado “Arte y realidad”, en el cual indica que la comprensión y admiración del arte es nublada por la idea generalizada de que éste es análogo a la realidad. Marta Traba sostenía una concepción del artista como un creador que parte de su libertad e individualidad para responder a valores estéticos, trascender la historia local y formular nuevos mundos de significación universal[6].
Contrariamente a este argumento, el crítico de arte polaco Casimiro Eiger (1909-1987) explicó que la incursión de Wiedemann en el arte abstracto era el resultado congruente de su empeño por interpretar la realidad mediante medios visuales:
Wiedemann, uno de los pintores más serios y talentosos de los que trabajan en Colombia, ha tenido una trayectoria lógica y ascendente, la que lo llevó de los paisajes nacionales y las escenas vernáculas —descubiertos ambos por el ojo de un artista sensible, pero todavía un tanto exterior al medio—, a unas búsquedas siempre más audaces y sobre todo más sintéticas, en las cuales iba reduciendo poco a poco los elementos dispersos de la naturaleza y del conglomerado humano de Colombia a unas manchas tonales, unas sugerencias de línea, unos contornos breves y significativos, en donde la realidad se volvía casi un símbolo o , por lo menos, un indicio puramente plástico de lo que en su origen haya sido un motivo, una impresión, un recuerdo. Así, reduciendo de manera paulatina los incentivos reales, llevándolos al campo puro de la interpretación pictórica, no es extraño que Wiedemann haya desembocado por último en el arte abstracto, ya que éste nace muchas veces de una visión natural depurada y reconstruida luego, ya con señales de independencia. Sin embargo, ese camino mismo indica con claridad que Wiedemann no era como por impulso primario y natural un pintor abstracto […][7].
Las acuarelas que Wiedemann expuso en 1958 son ordenaciones de áreas coloridas expandiéndose sobre la superficie del papel, inmiscuyéndose con ágiles dibujos de líneas de color intenso. Los anchos brochazos de pigmento crean un conglomerado de transparencias de tintes diversos. Estas marcas se expanden fluidamente, en ocasiones mezclándose, en ocasiones tapándose unas con otras. Se hacen evidentes las propiedades inherentes a la acuarela como pigmento diluido en agua, y el modo como el artista organiza manchones matizados, realza la sensación de fluidez y humedad. Los colores son gradaciones cálidas de rojos y naranjas que brillan y se acentúan sobre atmósferas amarillas o verdes. Algunos bloques de siena, púrpura y azul ultramar abocetan espacios que se diferencian del resto de la composición. Por otra parte, las líneas de color que corretean alrededor y entre las zonas degradadas, delimitan el contorno de estructuras centrales o aparecen aquí o allá sin sujeción, formando ángulos, curvas, retículas y zigzags. Las líneas constructivas enmarcan los espacios que contienen el color, o delinean formaciones de lo que pareciera ser masas erigidas, espacios vacíos, luces y sombras o entidades estructurales dispersas. Las líneas refieren a construcciones, quizás muros, tejados, muelles, cercas, escaleras o pasamanos; también indican la línea del horizonte, conforman texturas o muestran montones de objetos cualesquiera.
Mientras Wiedemann viajaba a través del río Magdalena y las costas del litoral Pacífico y del mar Caribe, registraba sobre cuadernos de bocetos, papeles y lienzos el aspecto, las costumbres y los espacios de las comunidades que allí habitan. Pero las acuarelas abstractas que pintó en 1958 fueron creadas en su casa en Bogotá. No obstante, las construcciones de color que emplea aluden a conformaciones espaciales que ocupan atmósferas húmedas y calurosas; se ven áreas oscuras que delimitan espacios profundos y lejanos limitados por planos de color luminoso que se erigen rodeados por cálidas gradaciones de pigmento acuoso. Además, las estructuras lineales son reminiscentes de las formas arquitectónicas arcaicas de aquellos asentamientos en paja y madera sobre las orillas de los ríos y en medio de las selvas. Ante las pinturas de Wiedemann, nos encontramos frente a la intención de hacer ver sensaciones de experiencia en aquellos lugares a través de los cuales el artista ató sus afectos al país, sus gentes y paisajes. En su producción abstracta, Wiedemann sustrajo detalles descriptivos de locaciones específicas, pero hizo perpetuar las sensaciones que produce el entorno del trópico revelando ante sus ojos y a través del tacto. Esto es, el calor que se expresa mediante la temperatura del color, la humedad y la densidad del aire que se expresa mediante las texturas y los efectos que consigue en sus procedimientos pictóricos. Es como si con imágenes recordara sus palabras cuando, años atrás, escribía cartas a su esposa Cristina desde el puerto de Buenaventura:
Llueve intensamente. Ahora mismo, está cayendo un fuerte aguacero y también hoy el aire está muy difícil de respirar, después de que por la mañana estuvo haciendo mucho calor. Es puro vapor de agua […] / Está insoportablemente caliente y tan húmedo, que es como si tuviese plomo en las piernas ahora en la habitación, apenas tengo aire para respirar […] / Lunes en la noche. Hoy hizo un calor indescriptible. Sol y luego lluvia, de forma tal que la atmósfera se hizo difícil de respirar por el vapor de agua […][8].
El encuentro de Wiedemann con el territorio colombiano no sólo fue de encanto ante la diversidad desconocida de flora y fauna o de atracción hacia la vida humana simple y auténtica, tal como Howard Rochester lo explicaría diciendo: “Durante sus andanzas por el interior y las costas de Colombia, a Wiedemann le fascinaron la peculiar manifestación de la naturaleza específica del pueblo negro y su genuina y profunda relación con el mundo mágico”[9]. La experiencia de Wiedemann fue aquella de un cuerpo inmerso ante estímulos de color, luz, densidad, humedad, exuberancia, espacialidad, temperatura y todas las posibles variaciones de cualidad e intensidad. Sus óleos, acuarelas e incluso los collages que realizaría en 1963 con diversos materiales de desecho, demuestran una lógica de creación que se aproxima a aquellos eventos efímeros, tangibles e intangibles, visibles e invisibles.
Autor: Nicolás Gómez Echeverri, 2010.
Fotografía de portada: Wiedemann en su taller. Sin fecha. BADAC, Fondo Guillermo Wiedemann.
[1] Anuario Colombia. Bogotá: Minerva Ed., 1944.
[2] Walter Engel. “Wiedemann”, Plástica, número 15. Bogotá: octubre-diciembre de 1959.
[3] “Por cierto, vivió con los negros durante semanas y meses, queriéndolos con su característica, innata sinceridad y comprendiéndolos de un modo sin duda más hondo, más espontáneo y más genuinamente cabal que el común de los psicólogos y los etnógrafos”. Ver: Howard Rochester. “Recordando a Wiedemann”, Revista de la Universidad Nacional, número 24. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, abril – junio de 1990.
[4] Sobre el proceso creativo de Guillermo Wiedemann con relación a sus viajes, ver: Juan Fernando Herrán y Luca Zordan. Wiedemann por Colombia: la mirada de un artista. Bogotá: Museo Nacional de Colombia y Universidad de los Andes, 2005. El libro recoge ensayos sobre la obra del artista junto con reproducciones de sus cuadernos de bocetos, fotografías y correspondencia.
[5] Marta Traba. Seis artistas contemporáneos colombianos. Bogotá: Ed. Alberto Barco, 1964.
[6] Marta Traba. “Arte y realidad”, Intermedio. Bogotá: julio 25 de 1956. P. 5.
[7] Casimiro Eiger. “El XII Salón de Artistas Colombianos (III) 15-X-1959. En: Crónicas de arte colombiano 1946-1963. Bogotá: Banco de la República, 1995. P. 550.
[8] Guillermo Wiedemann (correspondencia con Cristina Wiedemann). Fragmentos de las cartas: LWC.05.14.253 / LWC.05.03.242 / LWC.05.11.250. Bogotá: Departamento de Arte, Universidad de los Andes. Ver: Juan Fernando Herrán y Luca Zordan. Op. Cit.
[9] Howard Rochester. Wiedemann (catálogo). Bogotá: Ed. Cristina Wiedemann, 1970.